Otra creación de Netflix al servicio de la narrativa contra Cuba

Tomado del diario Granma.cu. Autor Julio Martinez Molina

Tan interesada como está en vincular el tema aéreo a Cuba, Netflix sí tendría elementos para filmar una serie sobre los secuestros o intentos de secuestro de naves locales hacia EE. UU., estimulados por ese país.

Miniserie Secuestro del vuelo 601. Foto: Romero Cruz, Yusmary

Como parte de su guerra cultural contra Cuba, el imperio apela a todo, y los vociferadores miamenses de YouTube no son sus únicos instrumentos. También libran su misión tanto los grandes medios de la prensa corporativa como los bastiones cinematográficos, televisivos, radiofónicos, o las plataformas globalizadas a la manera de Netflix.

El gigante californiano del streaming se ciñe a un patrón para atacar a nuestro país: lo hace como de soslayo, o de forma tangencial, pero no por ello menos peligrosa. Así ocurrió en los largometrajes La madre (Niki Caro, 2023) y Dejar el mundo atrás (Sam Esmail, 2023). En el primero, la capital cubana es solo uno más de los diversos escenarios de ambientación, si bien su reflejo resulta ignominioso, al ubicarla como refugio de asesinos y terroristas. En el segundo, no importa que la trama transcurra en Long Island, a miles de kilómetros del archipiélago caribeño; se las arreglan para conectar el conflicto central con ese ardid político de los servicios de inteligencia de Washington, acuñado como los «ataques sónicos de La Habana».

Y justo así opera en la miniserie Secuestro del vuelo 601 (estrenada el pasado 10 de abril), un trabajo televisivo que, aunque no se ambiente en nuestro país, lastima su imagen desde la misma cabecera.

El material de seis episodios filmado en Colombia arranca con el siguiente rótulo: «Entre 1968 y 1973, época dorada de la piratería aérea, fueron secuestrados en el mundo 348 aviones. Más de la mitad de estos casos ocurrieron en América Latina, donde las aeronaves eran llevadas a Cuba, bastión del comunismo». Quien vea la miniserie y lea lo anterior se quedará tan desconcertado como el cliente al que le hablan de un plumero cuando va por jabones.

¿Por qué? Pues porque, sencillamente, no aparecerá ni un solo aeropuerto cubano en sus 300 minutos. No existe explicación a ese rótulo, vinculado a esta miniserie, puesto que los secuestradores del vuelo 601 de SAM Colombia (suceso real ocurrido en 1973, descrito por la pieza televisiva) adonde piden conducir la aeronave es a Aruba.

Esa pequeña isla representaría el punto de arranque de una azarosa travesía por Sudamérica, en lo que constituyó el secuestro aéreo más largo de la historia de la región: 60 horas que involucraron a Lima, Buenos Aires y otras plazas, ninguna cubana.

Los dos secuestradores, quienes dicen ser luchadores que recitan cada un segundo fingidos lemas de liberación, en verdad solo albergan motivaciones económicas. De forma previa al secuestro, su mentor, tan drogadicto, lerdo e ideológicamente desnortado como ellos, les habla de nuestro país, pero ellos dos nunca vienen. En otros momentos también se menciona a la Isla, sin ahondar en ningún caso.

Tan interesada como está en vincular el tema aéreo a Cuba, Netflix sí tendría elementos para filmar una serie sobre los secuestros o intentos de secuestro de naves locales hacia EE. UU., estimulados por ese país (el primero, el del C-46, del 15 de abril de 1959, por cuatro miembros del ejército batistiano); algunos con parte de la tripulación o de los pasajeros asesinada o herida, como los del il-18, del 27 de marzo de 1966, o los del an-24, del 11 de marzo de 1987. O quizá pudiera rodar otra sobre la absolución, por parte de los tribunales estadounidenses, de los cargos de piratería aérea a los secuestradores. Pero no lo creo.

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